miércoles, 15 de agosto de 2012

Meridiano de sangre- La prosa cortada a hachazos de Cormac McCarthy- El salvajismo hecho poesía





     Meridiano de sangre es una novela escrita por el autor estadounidense Cormac McCarthy. Publicada en 1985 por Random House, Meridiano de sangre fue la quinta novela de McCarthy.
La novela narra la historia de un joven fugitivo (el único nombre que se le da es «el chaval») que se une a la banda de Glanton, un grupo histórico de mercenarios que fue contratado por el gobernador de Chihuahua para masacrar indígenas en la frontera entre Estados Unidos y México entre 1849 y 1850. El rol del
antagonista es asumido por el Juez Holden, un hombre albino de gran estatura que se dedica a fomentar la violencia.
 Resumen del argumentoLa novela narra la historia del «chaval», un joven fugitivo nacido en Tennessee durante las Leónidas de 1833. El «chaval» conoce al Juez Holden por primera vez en un evento religioso en Nacogdoches (Texas), en donde el Juez acusa al pastor, el Reverendo Green, de haber tenido sexo con una niña de once años y con una cabra e incita a la muchedumbre para que lo mate. En realidad, la acusación Juez era falsa y los que lo escuchan sólo se ríen.
Viajando solo con su mula a través de las llanuras del este de Texas, el «chaval» llega a «Bexar» (San Antonio en la actualidad). Después de un encuentro violento con un cantinero, el niño se une a un grupo de filibusteros del Ejército de los Estados Unidos bajo las órdenes del Capitán White que se dirigen a México. Sin embargo, poco después de cruzar la frontera, son atacados por un grupo de guerreros comanches y pocos sobreviven. El «chaval» es uno de estos, pero es arrestado en Chihuahua por ser un filibustero. Gracias a su compañero de celda, Toadvine, quien les dice a las autoridades que ambos son expertos cazando indios, logra salir de la prisión y se une al grupo de John Joel Glanton.
La mayoría de la novela se enfoca en las actividades y conversaciones de la banda. El grupo encuentra a circo itinerante y una adivina les lee su suerte con el tarot. La banda fue contratada por los líderes regionales para proteger a los ciudadanos de los indios apache y reciben una recompensa por cada cuero cabelludo que consigan. Sin embargo, con el paso del tiempo, la banda empieza a asesinar a indios inocentes, a pueblerinos mexicanos e incluso a soldados mexicanos.

 El Juez Holden, quien también es miembro del grupo de Glanton, se presenta como una figura misteriosa e imponente y los otros miembros de la banda ni siquiera lo consideran humano. El Juez no tiene problemas asesinado niños e incluso se sugiere que es pedófilo, pero ninguno de sus compañeros se inmuta por sus actos. Ben Tobin, un «ex-pastor» que hace amistad con el «chaval», dice que, mientras huían de un grupo de apaches, encontraron al Juez sentado en un peñasco en medio del desierto, en donde parecía que los estaba esperando. Él los guía a un volcán extinto en donde les enseña cómo fabricar pólvora para combatir los apaches. El «chaval» le cuenta a Tobin que había visto al Juez en Nacogdoches, pero Tobin le dice que todos los hombres de la banda dicen haberse encontrado con el Juez anteriormente.

Después de merodear por varios meses, el grupo regresa a los Estados Unidos, en donde toman control de un ferry en el río Gila en Yuma (Arizona) y roban a las personas que quieren cruzar el río. Debido al estilo brutal de la banda, el ejército estadounidense y los indios quechan establecen un ferry en otro vado del río. Poco después, los quechan atacan y matan a la mayoría de la banda, incluyendo a Glanton. El «chaval», Toadvine y Tobin logran escapar al desierto, a pesar de que el «chaval» es herido con una flecha en la pierna. El «chaval» y Tobin se dirigen al oeste y se encuentran con Holden quien trata de quitarles sus armas y posesiones. El Juez le dispara a Tobin en el cuello, por lo que deben esconderse entre huesos de animales en un arroyo. El Juez no logra encontrarlos por lo que abandona el lugar y los dos son rescatados por una tribu de indios kumiai.
Ambos viajan a San Diego (California), en donde el «chaval» se separa de Tobin y termina en la cárcel. Holden lo visita y le dice que le dijo a las autoridades la «verdad»: que el «chaval» era responsable por la muerte de la banda de Glanton. El «chaval» le dice que él era el causante de la maldad de la banda, pero el Juez lo niega y trata de tocarlo a través de las barras de la prisión, pero el «chaval» se aleja, a pesar de que dice que no tiene miedo. Holden se marcha diciendo que tiene cosas por hacer. El «chaval» es liberado y busca a un médico para que trate su herida. Mientras se recupera de los efectos de la anestesia, tiene una alucinación en la que el Juez lo visita junto a un hombre extraño que fabrica monedas. Posteriormente, trata de buscar a Tobin, pero no lo encuentra, por lo que se dirige a Los Ángeles, en donde presencia la ejecución de Toadvine y David Brown, otro miembro de la banda de Glanton.



El «chaval» vaga por el oeste estadounidense por varias décadas y en 1878 llega a Fort Griffin (Texas). El autor pasa a llamarlo el «hombre». En un saloon del pueblo se encuentra con el Juez, quien no ha envejecido para nada y lo llama una decepción ya que en su corazón siente «clemencia por los paganos». Holden dice que el «hombre» llegó al saloon para «el baile»: el baile de violencia, guerra y derramamiento de sangre. El «hombre» niega estas ideas y le dice que el Juez no es nada y que incluso un oso entrenado puede bailar.



El «hombre» consigue una prostituta y después va a una letrina bajo otra lluvia de meteoros. Allí encuentra al Juez desnudo, quien lo «lo estrechó contra sus inmensas y terribles carnes». Esta es la última mención que se hace del «hombre». Posteriormente, dos hombres salen del saloon y se encuentra a un hombre orinando fuera de la letrina, quien les recomienda no entrar. Ellos lo ignoran, abren la puerta y ven con espanto lo que hay adentro. La novela termina con el Juez de vuelta en el saloon bailando con los borrachos y las prostitutas diciendo que él nunca morirá.

 

martes, 14 de agosto de 2012

                                              La última llamada

     Celia trajinaba afanosamente, como una abeja laboriosa en sus asuntos de esa tarde. Se puso pronto a trabajar después de comer. El dossier de la campaña de la promotora de viviendas, le tenía absorta, la noche anterior no había apenas dormido tratando de buscar un enfoque certero y preciso para este trabajo. Comparaba cifras y datos. Y pergeñaba en el ordenador, un primer borrador que presentar al cliente con un enfoque que le pareciera convincente a éste, para proseguir luego hasta vertebrar una promoción publicitaria que enganchara a nivel nacional. Quería que esta vez el encargo saliera perfecto, y fuera el pie de apoyo para que la agencia se afianzara, y bueno, como decía Pablo, no es que anteriores trabajos con menos éxito no sirvieran al curriculum, no, flaca...como diría Pablo, todo vale en la vida, y es que lo bueno es que el fracaso no se nos ha subido a la cabeza, repetía Pablo riendo, con esa sonoridad de vida insoslayable, y ella terminaba dándole siempre la razón y concluyendo, con un, amor, lo mejor está siempre por llegar, y no es así, siempre nos quedan las esquinas soleadas de las calles, donde tomar un rayo de luz, o esas plazas, que miran directamente al sudoeste, y que nos conducen exactamente al recuerdo y a las coordenadas que nuestro corazón nos está pidiendo, para poder seguir expandiendo la sangre, desde el cansancio y la resignación, hasta el trabajo bien hecho, y la cama arrugada, después de amarnos, y mezclar nuestros sangres, y traspasar la frontera material y osea de nuestros cuerpos, en esa batalla incruenta del sexo elevado a la enésima potencia, al grito, al gémido casi desgarradado en la tarde sudorosa de las sábanas. Y un abrazo prolongado, despúes del sueño que viene después del amor. Y luego, formalidad, y una ducha, y un recomponer la figura y volver al trabajo, cariño, que las facturas hay que pagarlas..

Celia se tomó el quinto o sexto café del día, y apuntó sobre el cenicero el cadaver del último cigarrillo del segundo paquete del día. Este último había caido en un duro combate con su dubitativa certidumbre de querer dejar de fumar; para hacerle caso a Pablo, que una vez y otra le reñía, por su indeclinable debilidad para arrojarse sobre el paquete de Camel, al menor atisbo de duda, de miedo, o de esa sensación, que a veces le subía desde el estómago y se le alojaba en el pecho, y que no le dejaba respirar, y a veces quería gritar y gritar, pero no podía. Y bueno fumar era la menos mala de las opciones posibles en ese instante. Y el cigarrillo, yacía doblado sobre sí, con un rictus de dolor, como herido, por la última bala de la guerra, y con ese rostro de sorpresa, del soldado que es el ultimo caido de una contienda absurda.

Sonó el teléfono: apenas le reconoció. Sonaba su voz como desde un espacio opresivo, claustrofóbico, apenas inteligilible. Escuchaba, y apenas oía a Pablo, porque sin duda era la voz de Pablo, hasta ahí podía llegar la broma, no reconocer la voz de su marido, pero estaba tan desvirtuada que ella tenía que insistir en que Pablo le transmitiera un mensaje más diafáno, no tan confuso y entrecortado. " Pablo, Pablo. Dime... dime... apenas te entiendo. Tus palabras parecen que están fragmentadas, me llegan entrecortadas, rotas, como si hubiera un gran viento o una tormenta que se las llevara, y sólo me dejara escucharte fugazmente, parcialmente, sin acabar de entenderte.. ". " Celia... Celia..., mi amor, recuerdame; " decía Pablo desde una distancia inabarcable. Y Celia seguía al otro lado del teléfono intentando poner un poco de coherencia en lo que podríamos llamar una conversación interruptus, surrealista, un descabalado intento de mantener un, parecía imposibe diálogo con Pablo. " Celia, celia...; insistía la voz al otro lado del hilo telefónico de un modo casi desesperado" ; " Celia, hubo tanto amor... hubo tantos bellos momentos..". " Pero claro cariño, que hay amor; contestaba Celia; pero a qué viene ahora hablar de ello y de los bellos momentos, ¡ Pablo, Pablo, donde estás. Dime y voy a buscarte!. Silencio y unas últimas palabras de esa voz que era la de Pablo, que parecía la de Pablo , pero que al mismo tiempo parecían la de un extraño. " Celia, si me buscas alguna vez, búscame en el silencio, dentro de tí...de tu corazón...". Y Clic definitivo, y silencio absoluto. ¡ Pablo, Pablo, Pablo, estás ahí, dime algo, dime algo....!

Luego el vacío, y el espeso y la muda carencia del sonido, y la opresiva sensación de Celia, de haber traspasado un límite indefinible, una frontera física y mental, más allá del espacio del tiempo. Y esa pesadez en la cabeza, y esa confusión en las percepciones, y un sabor como a óxido en la lengua, como de haberse mordido el labio sin darse cuenta, y brotar una gota de sangre, y haberla bebido, con un secreto deleite, casi sin darse cuenta su propia sangre y haberla saboreado y sentido su pastosa dulzura.

El teléfono sonó de nuevo, con una violencia aterradora. Y Celia se abalanzó sobre el aparato esperando escuchar de nuevo la voz de Pablo, para que le aclarara un poco su difuso y extraño mensaje anterior. Pero no era Pablo. Era Ricardo, Su socio y mejor amigo. Y tampoco podía apenas oirle. Estaba llorando desconsoladamente. " Ha sido, tan ràpido- balbuceaba Ricardo- , el auto que perdió los frenos, que se subió a la acera, que se llevó por delante, las mesas, las sillas, de la terraza de la cafetería. Hacía bueno y Pablo y yo decidimos tomar el cafe en la terraza- y Ricardo llloraba desconsoladamente, con un dolor que traspasaba la garganta; y bueno-prosiguió Ricardo: yo me pude salvar de milagro, pero Pablo no tuvo tanta suerte,y quedó tendido en la acera, y Celia, estaba muerto, Pablo ha muerto. En cinco minutos, charlabamos del próximo campeonato de futboll y apenas en un suspiro, todo había terminado. Esta puta vida no tiene sentido. Lo siento Celia, no puedo seguir..." Y clic de nuevo. Y el eco de los últimos y entrecortados balbuceos de Ricardo.

Celia, se dejó caer en la otomana que tenían en el estudio. Y una infinita concatenación de pensamientos imposibles de digerir le comenzó a martillear la cabeza y el corazón. ¿ Pablo había muerto. Había muerto ?. ¿ Pero entonces, quien la había llamado, haciendóse pasar por Pablo?. ¿ O era acaso verdad lo que había oido y realmente era el propio Pablo esa voz que se agarraba a los últimos hilos de su vida, y que le pedía que no lo olvidara...?. Una pátina de sudor frío. le comenzó a descender lentamente desde el cuello, hasta los hombros. Celia caminaba, por lo que se podría llamar , el país de la niebla, ese espacio, entre los físico y lo inmaterial, entre lo que existe y lo que ya no está en este mundo corpóreo. Y recordó con un escalofrío esa escasas palabras, acaso póstumas de Pablo, pero con su propia voz, la misma voz de Pablo que le hablaba al amarla y que ella no olvidaría nunca: " hubo tanto hermosos momentos...búscame en el silencio de tu corazón....". Y Celia se recostó entre los cojines, y se fue perdiendo en la inconciencia a la vez que la luz de la tarde menguaba, y comenzaban a encenderse los primeros neones de la ciudad, y el sol, como si fuera un proscrito, se marchaba al destierro de la oscuridad absoluta de la noche. Y la vida y la muerte, fueran las dos caras de la misma moneda. Y lanzada al aire esperaramos con la respiración contenida, cual era el resultado de la apuesta. Y esa voz de Pablo, como detenida en el tiempo; como una fotografía congelada en una mobiola existencial. Y las lágrimas de Celia, encerrando la certeza, de que hay cosas en el universo que la percepción humana no comprende, pero que el corazón si capta. Y la infinita y doloroza certeza, que Pablo, se había quedado un poco más en este lado de la vida, para despedirse de ella, Para hablarle y llamarla por última vez y decirle mi amor. Y después nada. Después el silencio. Sus mejillas mojadas.Y las manos caidas, como si fueran las raices de árboles que quisieran arraigar en la tierra, profundas, muy profundas. Porque los árboles, son los únicos seres de este mundo, que ocurra lo que ocurra, siempre tienen mantienen con vida la esperanza...

(Juan Manuel Miranda)